jueves, 30 de noviembre de 2023

Barrio Santa Fe

El barrio Santa Fe, el sector que lleva el nombre original de la capital del país, es también uno de los sectores de mayor desprestigio, inseguridad y degradación de la ciudad, y no hay nada más alejado de ese concepto religioso que la realidad de esta zona situada en el centro de Bogotá.

 

Pero no fue así durante muchos años, desde que surgió ese sector, como atestiguan sus ricas construcciones. El Santa Fe fue uno de los barrios que nacieron en la década de 1940, cuando Colombia entró por fin en el siglo XX y la presión demográfica obligó a ensanchar la ciudad pequeña de entonces.

 

La nueva urbanización fue promovida por Ospinas y Compañía, durante mucho tiempo la constructora más grande del país, que parceló los terrenos ubicados al occidente de la naciente avenida Caracas, en inmediaciones del Cementerio Central, luego de eliminarse la línea ferroviaria del Norte, que llegaba hasta la estación del Ferrocarril del Nordeste, ubicada en la calle 17.

 

La zona se diseñó como un sector mixto residencial y de pequeña industria, por lo cual en algunos casos las construcciones se hicieron como depósitos, bodegas o pequeñas fábricas, dotadas de vivienda. El concepto de vivienda taller.

 

Comenzó entonces a desarrollarse un proceso urbanizador de casas y edificios bajos de vivienda que siguieron los modelos de moda, con lo cual el Santa Fe se hizo con líneas de la Bauhaus y algún detalle art deco, y en unos pocos casos, con la moda de las viviendas de estilo inglés tan de moda en los 30 y 40 en Bogotá.

 

Por otra parte, con la inmigración —limitada pero importante— de europeos y judíos, tras la Segunda Guerra Mundial, se abrieron nuevos frentes empresariales e industriales que necesitaban locales y viviendas.

 

En ese sentido, el barrio Santa Fe atrajo a la comunidad de origen judío europeo, muchos de cuyos miembros optaron por levantar edificaciones en el sector, como punto de residencia y como inversión.

 

Uno de ellos, Nahum Spiwak, llegó a Colombia en 1929 y en 1942, en plena guerra, se radicó en el barrio Santa Fe, donde cuatro años más tarde emprendió la construcción de un edificio en la calle 23 con carrera 18.

     

Spiwak, fallecido en 1966, fundaría más tarde el hotel Dann, en la avenida 19, primero de la futura cadena del mismo nombre.

 

Un sector homogéneo, distinguido por el color de la pierda amarilla de los edificios, que recuerda la colonia Roma, de Ciudad de México.

 

En 1953 se levantó en el barrio la Iglesia Maria Reina, elemento aglutinante de la comunidad por excelencia.

 

Por allí vivieron el poeta León de Greiff y la escultora lituana Nicole Sivikas con su hijo Antanas Mockus, futuro matemático y filósofo.


                                 .

 

Pero los males del barrio vendrían de la mano con eso que llaman eufemísticamente los colombianos la vida alegre. Es decir, con la conversión de alguna casona en casa de citas.

 

La actividad floreció a partir de la década de 1960 en el Santa Fe. Incluso se habla de que la legendaria madame Blanca Barón fue una las pioneras.

 

Y así como en distintas partes de la ciudad el primer local de lámparas se propagó hasta formar un barrio de tiendas del ramo, y tal como Bogotá tuvo calle de plateros y ahora tiene calle de tipografías, cuadra de ópticas, manzana de artículos eclesiásticos y barrio de repuestos para vehículos, el Santa Fe se convirtió en área de prostitución.

 

El barrio Santa Fe, perteneciente a la localidad de Los Mártires, engloba alrededor de 13 hectáreas y en su perímetro predominan las pensiones, posadas, residencias y moteles.

 

En el 2002, la administración del entonces alcalde Antanas Mockus dispuso el establecimiento de una Zona Especial de Servicios de Alto Impacto (Zesai), que fue el detonante de la desvalorización y el abandono de residentes.


Para comienzos de la década, los lupanares se habían multiplicado exponencialmente y superaban el centenar. En esa actividad se ocupaban más de 3 mil personas.


El panorama se complicó en esta década con la llegada de migrantes, que sobreviven en las pensiones del sector, con lo cual los edificios comenzaron a subdividirse en habitaciones de pago diario conocidas como "camarotes". 

 

Pero el Santa Fe ofrece un espléndido campo para la recuperación, remodelación y rehabilitación urbana, dada la calidad de los inmuebles y la ubicación cercana al centro, con buenas vías y transporte.

 

Además, a pocas manzanas se construyen obras como las altísimas torres Atrium, en la avenida Caracas con 26, se reconstruirá el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada y unos metros al sur estará ubicada la estación principal del Metro de Bogotá.

 

No puede ser que una zona del corazón de la capital del país tan extensa esté condenada para siempre y no merezca una segunda oportunidad.


Para conocer algo más, los invito a leer el cuento "Ciudad Burdel", uno de los 25 que componen mi libro "En la Ciudad del Águila Negra", con historias geniales de Bogotá. 

 
















sábado, 18 de febrero de 2023

Urbanidad y urbanistas (20). Tras las huellas de Pedro Gómez





                                                      Pedro Gómez en un acto oficial en 2008 (1)      

El primer recuerdo de Pedro Gómez Barrero que guardamos se remonta a 1970, cuando desembarcamos en la fría Sabana de Bogotá, que si acaso pasaba de la calle 100 al norte. Nuestro primer encuentro con la ciudad, mojada esa tarde por la lluvia, fue una bella casita del barrio La Floresta, recién construido por Pedro Gómez y Compañía en la calle 102 con carrera 48.

Desde entonces seguimos con admiración la vida de este hombre de la construcción que se forjó a sí mismo, y que dejó una huella en el crecimiento de Bogotá, como impulsor de numerosas obras de urbanismo,  particularmente Unicentro (1976), que tuvo y sigue teniendo para nosotros una importancia particular.

Todo empezó por los automóviles. Gómez ha sido también amante y conocedor de modelos exclusivos, en especial Mercedes Benz, de los cuales llegó a tener un ejemplar negro de ese modelo histórico –los conocedores entenderán– que fue el 300SEL de finales de los años 60, aparte del 280S –similar y de la misma época– de color plata.

Este Mercedes pasaba de vez en cuando por las obras de la segunda etapa de La Floresta, con Pedro Gómez a bordo, detrás de un cristal oscuro.

Circulaba un chisme bogotano de esos que se sabe que fueron puestos a rodar maliciosamente, sin asidero en realidad, y es que algún constructor había despedido a Gómez, diciéndole algo así como: “Pedro, mejor dedícate a otra cosa, pues no tienes futuro en esto...”

    
        Aviso publicitario de la firma en los 70

La maledicencia capitalina también afirmaba que el Club Los Arrayanes, del que Pedro Gómez fue directivo, era una supuesta competencia con otro club de alcurnia de la ciudad que le negó el ingreso.

Sin embargo, son muchos los grandes emprendimientos que hablan por sí solos de la importancia de su obra y de la firma fundada por don Pedro en 1968.

Gómez Barrero nació en Bogotá pero su familia era de Cucunubá, un bello pueblo de Cundinamarca en el Valle de Ubaté. Desciende de familias originarias de España y asentadas en Bogotá, tal como lo señala el libro Genealogías de Santa Fe de Bogotá, de José María Restrepo Sáenz (Tomo I).

Abogado del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, estudió becado mientras trabajaba de noche como celador del Ministerio de Agricultura, entonces a cargo del político vallenato Pedro Castro. El claustro rosarista, regentado en ese tiempo por monseñor José Vicente Castro Silva, lo ayudó con algún trabajo mientras terminaba los estudios.


                   Las bellas casitas de La Floresta hacia 1971 (2)

Más tarde trabajó en una de las alcaldías de Fernando Mazuera y desde allí pasó a ser jefe del departamento de Valorización, cargo en el que se convirtió en experto en el sector, antes de lanzarse a su propia aventura empresarial.

Poco a poco empezaron a aparecer las obras de la firma de Pedro Gómez. La Floresta fue su primera gran apuesta, con manzanas enteras de excelentes casas para clase media en distintos estilos.

También los apartamentos Escocia, en la calle 100; el barrio Calatrava, en la Avenida Suba. Y a un lado de la Autopista Norte, a la altura de la calle 132, las casas de Santacoloma, donde predominaban las tejas, balcones, altillos y ménsulas.


Noticia publicada en El Espectador un año antes de entregar Unicentro

Más allá las casas de Antigua, un pueblito perfectamente calcado de Norteamérica o Gran Bretaña;  y los apartamentos de Multicentro, generosos en espacio y contiguos a Unicentro, y sus buenas vecinas, las casitas escandinavas.

Y también Metrópolis, Entrerríos, El Recreo de los Frailes  y Atabanza. Y Calatrava, El Balcón de Lindaraja y Emaús, estos últimos de estrato económico más alto.


         En sus primeros años, "el único lugar que lo tiene todo" (3)

Unicentro fue el punto culminante y la obra más ambiciosa, al punto de que estuvo por comprometer la estabilidad financiera de la empresa. Pero ese primer mall en la historia del país pasó la prueba con creces y aun hoy sigue estando vigente.

“Nuestra experiencia construye su felicidad”, decía un anuncio radial de Pedro Gómez y Compañía, que se difundía de noche para una audiencia selecta, e invitaba a visitar el moderno show room de la empresa en uno de los mejores locales de Unicentro, “el único lugar que lo tiene todo”.

En la última planta de ese mall, con ascensor propio, despachaba don Pedro, en una oficina que tenía colgadas obras de los pintores más importantes del país, como Alejandro Obregón.

Y volviendo a los autos, en el parqueadero del centro comercial, discretamente, esperaban sus automóviles.

Pedro Gómez fue uno de los empresarios que a finales de la década de 1970 y en vista de las condiciones de seguridad del país, se movilizaba en un Fiat 132, blindado, de color azul oscuro, como lo hacían el banquero Jaime Michelsen Uribe y don Hernán Echavarría Olózaga.


           Esta fue su residencia en el Chicó Alto

Alguna vez lo abordé en un acto en la Casa de Nariño y se sonrió cuando le hablé de sus Mercedes. Apuntó mis datos en su agenda de bolsillo y, semanas después, recibí un sobre con un ejemplar del libro “Bogotá, de la devastación a la esperanza”, publicado por su empresa.

Sin ánimo de entrar al tema político, debemos recordar que Pedro Gómez fue, después de prominente hombre de empresa, embajador en Venezuela, miembro de la comisión de integración con ese país e integrante de la delegación que buscó acercamientos con las Farc en los 80. Fue propuesto sin éxito como primer candidato liberal a la alcaldía de Bogotá por voto popular.

En su época dorada, el grupo de Pedro Gómez incluyó una cadena hotelera, Hoteles Pedro Gómez y luego Charleston, que era propietaria de Casa Medina, en Bogotá, y Santa Teresa, en Cartagena.

Hoy las grandes ciudades colombianas tienen sus Unicentros construidos por Pedro Gómez y Compañía. Y también barrios urbanos y campestres, y hoteles exhiben el know how de esa empresa.


La firma de la empresa en la fachada del Centro Comercial Santafé

El Centro Andino, el Santa Fe y el Palatino exhiben orgullosos el logro de la P envuelta en la G, que acompaña a Pedro Gómez desde hace más de medio siglo.

En sus últimos años, la compañía funcionó en la casa de estilo neoclásico diseñada por Vicente Nasi, situada en la carrera Séptima con calle 70. La firma enfrentó tiempos difíciles y se disolvió, pero el paisaje de Bogotá tiene innumerables vestigios de su obra.



Placa instalada en la entrada principal de Unicentro, en Bogotá



                             En esta casa de Vicente Nasi funcionó por última vez Pedro Gómez y Cia.

Fotos del autor, salvo:
(1)    Presidencia de la República, mayo 14 de 2008
(2)    Anuario de la Arquitectura en Colombia 1971. Sociedad Colombiana de Arquitectos.
(2)    Pedro Gómez y Cia.


 









viernes, 28 de enero de 2022

El estilo “californiano”



El estilo californiano –o lo que en Colombia se conoce como tal– fue muy utilizado en Bogotá para construir viviendas en la década de los años 70 por sectores acomodados.

Diversos estudios señalan que el estilo californiano tiene características como volúmenes altos y arcos y formas circulares y cubiertas de tejas españolas.

Y se dice que surgió de Hollywood; de ahí el término californiano. También lo equiparan con el estilo neocolonial.

De donde tendríamos por californianas muchas casas de barrios residenciales de Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena e incluso Bogotá en la década de los años 40. O de Caracas, Maracaibo, Panamá, Lima y, desde luego, La Habana.

Y también que las viviendas de Florida, tan imitadas en ciudades de América Latina y el Caribe a partir de los 70, son californianas modernas. De cartón.

Pero en bogotano, estilo californiano (o californiano moderno) significa ladrillo a la vista, ventanas con marcos blancos (a menudo bay windows), chimeneas y un elemento fundamental, las tejas de shingle –negras casi siempre, pero eventualmente verdes–, llamadas en otros lugares pizarra.

Exactamente las casas que se armaban en el juego de Estralandia, inolvidablemente hecho en Medellín por la empresa de productos plásticos Estra y que ha renacido para el placer de los que jugamos con sus fichas y, mucho más, lanzó nuevos productos que constituyen un Lego colombiano.

Aunque al parecer hay otros países en los que se entiende el término californiano para designar estilos similares de viviendas.

Es importante indicar que Estados Unidos se encuentran viviendas de las mismas características, como se puede ver en esta casa hallada en una calle de Des Moines (Iowa), en la región del Midwest.

El caso es que en Bogotá aparecieron en El Chicó y Santa Bárbara (central y alta), y en menor grado en Rosales y Santa Ana, La Carolina y La Calleja. Hay algunos ejemplares tardíos en Rosales y Santa Ana. También en algunos casos se hicieron de dos en dos en Santa Bárbara.




A finales de los 70 el modelo se masificó y llegó a la clase media, de la mano de constructoras como Pedro Gómez y Compañía, en el barrio capitalino Recreo de los Frailes.

Con el estilo en cuestión se institucionalizó también una serie de objetos: Las rejas, las contraventanas, los picaportes de hierro forjado, los topes para asegurar las persianas contra el viento, pasadores, pestillos y herrajes de bronce para puertas y ventanas.

No sería fácil hacer un inventario del número de este tipo de viviendas que hubo en Bogotá, Las que quedan constituyen un testimonio valiosísimo para conocer y mantener este estilo como patrimonio.

El tema está abierto.

 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


viernes, 11 de diciembre de 2020

Bella Suiza




Adelante de Usaquén, en lo que fuera la Carretera Central del Norte, hoy carrera Séptima, a la altura de la calle 128, existió hace años un restaurante llamado La Bella Suiza.


Era la década de 1930 y era, como su nombre lo indica, un sitio de gastronomía de ese país europeo,  en una zona campestre hasta entonces. Después, en los 50, surgiría el barrio que tomó el nombre del restaurante.


El restaurante fue fundado por Fritz Brodbeck, un suizo que llegó a Colombia junto a su hermano Jacob y su amigo Antonio Riedberger. Este último fundó en 1944 el Restaurante Suizo en Choachí, oriente de Cundinamarca, donde hoy existe también un restaurante Bella Suiza.



El diseñador Urs Schmid cuenta que el restaurante fundado por Brodbeck era sitio de paseo de fin de semana para los ciudadanos de Suiza que vivían en la ciudad.  Allí llegaba su familia, encabezada por el arquitecto Viktor Schmid, el que introdujo en Bogotá las construcciones de estilo suizo.


Urs recuerda que La Bella Suiza entonces eran potreros, rodeados por las haciendas Santa Bárbara, El Contador, El Cedro y otras. Tanto así que en las paredes de la entrada había unas argollas para amarar los caballos de los clientes que llegaban montando por los caminos.


En la zona estaban también la planta de Cemento Samper, uno que otro restaurante de carretera, una fábrica de ruanas, un clínica de reposo, algunos colegios y la hacienda Medina.


La Bella Suiza fue parte de las cosas suizas que hubo en Bogotá y la Sabana, como Alpina, el Colegio Helvetia, la panadería Palace y restaurantes como El Chalet Suizo y El Refugio Alpino.


El barrio se distinguió por el estilo propio de sus viviendas, de las cuales quedan muy pocas, y llegó a tener acueducto propio.



El restaurante también contribuyó a que los comensales bogotanos aprendieran términos como "fondue" y se aficionaran a las salchichas enormes.


Con los años, la ciudad absorbió a Usaquén y otros pueblos próximos a la capital colombiana. Y alrededor de La Bella Suiza se fue conformando un barrio de amplias casas, y más tarde, cuadras al norte, una zona de viviendas en serie llamada Ginebra.


El barrio reservó grandes extensiones para parques y las vías rurales pasaron a ser  calles de una gran malla que aún se conserva. Está delimitado por las carreras 7a y 9a, y las calles 127 y 134, incluyendo a Ginebra y a los predios de antiguas quintas que hoy ocupa una universidad.




Las viejas casas de sector cumplieron su ciclo y a partir de 1980, más o menos, empezaron a ser reemplazadas por edificios residenciales. Entretanto, el restaurante cerraba sus puertas y la sede se convirtió en concesionario y taller de automóviles.





Con la particularidad de que muchos de los edificios comenzaron a identificarse con nombres alusivos a Suiza. O a La Bella Suiza.


En el barrio pueden encontrarse edificios llamados La Bella Suiza o simplemente Bella Suiza, en la 8a. con 127C.


Unos metros adelante hay edificio Bella Suiza 2000, Bella Suiza Real y El Portal Suizo (dos distintos repiten este nombre en sitios del barrio opuestos), Senderos de Bella Suiza, Bosques de Bella Suiza, Balcones de Bella Suiza (también hay dos distintos) y otras variaciones sobre el mismo tema.


Y otros nombres que se desprenden de la nación de los cantones, como Zurich, Ginebra, Basilea, Neuchatel, Lausana, Saint Moritz, Lugano y Davos; sucedáneos como Alpes de Ginebra y también obvios, como Helvética, acompañados por la banderita roja con la cruz blanca en el centro.



Lo curioso es que no hay en el barrio ninguna construcción de auténtico estilo suizo, ni siquiera de lo que en Bogotá se conoció como tal, salvo algunas aproximaciones.


Y sobreviven enormes árboles, especialmente eucaliptos y sauces, que envuelven los edificios y le dan al barrio un aire inconfundible, pese a que con frecuencia son talados.



Y, camuflada tras la fachada del concesionario de automóviles, sigue la antigua sede del restaurante que dio nombre a este apacible rincón bogotano.


(*) Agradecimiento al maestro Enrique Moreno-Guerra, vecino del sector y autor de las fotografías publicadas en tercero y sexto lugar.





miércoles, 30 de octubre de 2019

Urbanidad y urbanistas (19). Tras las huellas de Herrera y Nieto Cano


Alberto Herrera (1922) y Jaime Nieto Cano (1919) comenzaron estudios de Arquitectura en la Universidad Nacional y los concluyeron en la Catholic University of America, de Washington D.C., donde se graduaron en 1942. En esa misma escuela estudiarían Pablo Obregón y José María Valenzuela, dupla profesional a la que dedicamos otro capítulo. (1)

Jaime Nieto, hijo del educador Agustín Nieto Caballero, obtuvo luego un master en Yale. Falleció prematuramente en 1964.



Los profesionales fundaron la sociedad que lleva sus apellidos en 1946. (2)

“Los dos arquitectos inician estudios en la recién formada (1936) Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, de donde se trasladan a la ciudad de Washington D.C. para terminar el ciclo profesional en 1942 en la Catholic University, de formación clasicista”.

Jaime Nieto Cano entró a la Yale School of Architecture, donde obtuvo el título de master (M. F. A.) en 1943 y conoció la obra de maestros de la arquitectura moderna, entre ellos Marcel Breuer, en New Haven. Fue vicepresidente de la Sociedad Colombiana de Arquitectos para el periodo de 1950.

Proa señala que en 1949 proyectaron un edificio de renta en Bogotá “que causa gran impacto en la arquitectura local debido a la disposición radical de la planta libre pero sobre todo debido a la mezcla atrevida de materiales locales (ladrillo y piedra arenisca) con materiales importados (vidrio y perfilería lacada)”. (3)

Luego se asoció a ellos Jorge Gaitán Cortés, quien fuera uno de los alcaldes más destacados en la historia bogotana moderna y que también obtuvo la maestría en Yale, pero se retiró de la sociedad (Herrera Gaitán y Nieto Cano)  en 1948. (4)



Entre las obras de Herrera y Nieto cano sobresalen las casas Gómez Arrubla (1950-1954) en  Manizales, proyecto que fue elogiado dentro y fuera del país. (5)

También la casa Alberto Osorio, desaparecida, que se encontraba en la actual “zona rosa” de la calle 82, de Bogotá. (6)

El terreno “permitió la distribución de jardines espaciosos” en esta obra, en la cual  se destaca “la vistosa utilización de los materiales”.



Herrera y Nieto Cano hicieron además la Casa Gustavo Ochoa, en la calle 85, en el barrio bogotano de El Retiro (7), también demolida, y la propia residencia de Nieto Cano, proyectada por la firma Herrera y Nieto Cano Ltda., en colaboración con Clara Villegas de Nieto Cano, esposa del arquitecto Nieto Cano. (8)

“Es particularmente interesante por las diversas apuestas en el diseño encaminadas a lograr las mejores condiciones de vida para la familia”, sostiene Pedro Juan Bright Samper.

Las casas de Herrera y Nieto Cano (y también las de Ricaurte, Carrizosa y Prieto), en el periodo 1945-1959, fueron el tema de la tesis de doctorado en Historia y Teoría de la Arquitectura, elaborada por Margarita María Roa Rojas, en la Universidad Politécnica de Cataluña, en Barcelona, que obtuvo mención Cum Laude.

La tesis se tituló así, “La transformación del espacio doméstico y de los modos de vida en Bogotá 1945-1959. Las casas de las firmas Herrera & Nieto Cano y Ricaurte, Carrizosa & Prieto”.



Ese fue también el título de la conferencia dictada por la misma arquitecta en Arquiandinos, el 18 de octubre pasado, en la cual disertó sobre esa etapa fundamental y representativa en la construcción de la modernidad en Colombia.

"La mitad del siglo XX estuvo marcada por una transformación generalizada de las ciudades colombianas. Uno de los ámbitos en los cuales se identificó gran parte del origen de estas transformaciones, fue el del espacio doméstico. Las firmas de arquitectos y las entidades estatales financiadoras de vivienda comenzaron un proceso experimental de búsqueda sobre lo que debía ser y representar una casa moderna, reflejado en las propuestas que se plantearon tanto para la producción en serie como para los encargos privados”, de acuerdo con Roa Rojas.

La arquitecta señaló que “la firma Herrera & Nieto Cano (1944-1959), caracterizó a cabalidad el momento inicial de la arquitectura moderna bogotana, marcado por el eclecticismo y la transición”.

Dentro de ese contexto –añadió– que hacia 1945 aparecieron las primeras obras de firmas como Herrera & Nieto Cano con la novedosa propuesta de las “casas modernas” en los barrios de la ciudad, y para 1959 ya se había consolidado una nueva manera de habitar, a partir de unidades vecinales de casas en serie y de barrios residenciales de casas individuales

Notas

(1) Fontana, María Pía y Mayorga, Miguel. Colombia, Arquitectura Moderna. Ediciones Etsab, 2006. En https://es.calameo.com/read/000101630b2f75e4c6cec. Consultada el 127 de octubre de 2019.

(1) Ciudad y Arquitectura Moderna en Colombia, 1950-1970. Ministerio de Cultura. Bogotá, 2008.

(2) Revista Proa no. 31, Enero de 1950.

(3) http://cavicaplace.blogspot.com/2012/02/casa-gomez-arrubla.html


(4)

(5) Revista Proa. No. 35. Mayo 1950

(6) Revista Proa. No. 65. 1952
(7) Bright Samper, Pedro. La casa moderna. Revista Credencial Historia no. 338. En http://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-338/la-casa-moderna. Consultada el 17 de octubre de 2019.

(8) Foto publicada en Martínez, Carlos y Arango, Jorge. Arquitectura en Colombia: Arquitectura Contemporánea 1946-1951. Bogotá: Proa Ediciones, 1951.

(9) https://connect.eventtia.com/en/dmz/los-uniandinos-con-los-arquitectos-y-sus-proyectos/website



















lunes, 21 de octubre de 2019

Urbanidad y urbanistas (18). Tras las huellas de Noguera Santander… y Rocha Santander



La mansión de don Eduardo Gerlein en Quinta Camacho,
que sirve de sede a la fundación Fescol

Dos razones sociales que se destacaron en Bogotá a mediados del siglo pasado coinciden en el apellido del Hombre de las Leyes y en la calidad  de sus ejecuciones, muchas de las cuales se conservan en la capital del país.

En el primer caso, la empresa Noguera Santander unió los esfuerzos de Alfonso Noguera Corredor, Jorge Santander y Álvaro Larreamendy.

El bogotano Jorge Arturo Santander, ingeniero y arquitecto nacido el 12 de diciembre de 1916,  era el último bisnieto del general Francisco de Paula Santander y falleció en Bogotá el 4 de julio de 2015, a la edad de 98 años, según la prensa del momento. (1)

Para el observador de la ciudad resultan interesantes unas casonas de corte americano que se encuentran caminando por sectores conservados de Bogotá, que testifican sobre una época dorada de la construcción de residencias en el país.

Aviso de la empresa publicado en la revista Proa,
con la casa  Gerlein, en la calle 70 con carrera 12

Tal es el caso  de las casas Planas, en la calle 85 con Octava (La Cabrera), y la actual sede de la Fundación Friedrich Ebert en Colombia (Fescol), en Quinta Camacho, calle 70 con carrera 12. Ambas se caracterizan por el uso del ladrillo a la vista, sus entradas con columnas de piedra, capiteles y frontones, al mejor estilo norteamericano.

La primera de ellas perteneció a don Miguel Planas, empresario de origen ecuatoriano.

La casa de don Miguel Planas, hoy Club Médico

Otros trabajos de Noguera Santander son el Edificio Academia Nacional de Medicina, en la carrera 9a con 20, cerca de la Plazuela de las Nieves, que fue sede del Ministerio de Trabajo en la década de los años 70 del siglo pasado.

También la casa de Antonio Sefair (1961), ubicada en el Parkway de La Soledad, o avenida 22, con calle 41, que sirvió como residencia de monjas y hoy alberga al teatro Casa Ensamble.


… y Rocha Santander

Mientras tanto, esta última firma unió a Pablo Rocha y Julio Santander, y despertó nuestro interés por el trabajo maestro y casi anónimo en el campo de la construcción de edificios de salud, como que entre sus obras figuran las clínicas Palermo y Marly, y el Hospital Militar Central, de Bogotá. 

Julio Santander nació en Bogotá en 1906, estudió Ingeniería en la Universidad Nacional y trabajó como dibujante en el despacho de Arturo Jaramillo. (2)

Se asoció en 1933 con Pablo Rocha (que estudió arquitectura en Londres) y su primo Severo Rocha, para crear la firma Rocha Santander y Compañía Ingenieros y Arquitectos. Severo Rocha se retiró pronto para ocupar un cargo público.

Edificio Manuel Casabianca

La razón social construyó en la capital del país la Clínica Palermo, en el barrio del mismo nombre, a nuestro juicio un trabajo monumental por el uso del ladrillo a la vista, por su función como centro asistencial, al estilo de las clínicas norteamericanas de la época y por su estilo.

En menor grado reúne algo de esas virtudes la Marly, mientras que el moderno Hospital Militar, bien puede considerarse una obra colosal para el país de entonces.

Rocha Santander comenzó con el edificio Manuel Casabianca, situado en la carrera Octava número 16-28 y considerado el primero de renta en Bogotá.

Casa en el barrio Rosales

Su incursión en el campo residencial incluye viviendas de lujo del llamado estilo inglés, como la que existió en la carrera Cuarta con 76, y que en la década de 1980 fue reemplazada por un edifico de apartamentos.

En su portafolio figura, además, la sede del América Tenis Club, en la carrera 5ª con calle 51.

Notas

Consultada el 6/10/15 a las 5:20 pm

(2) Atlas Histórico de Bogotá 1911-1948. Corporación La Candelaria. Editorial Planeta, Bogotá, 2006.